miércoles, 15 de agosto de 2012

Melibea y el gato

Su tez blanca, su cabello profundamente negro y sus ojos de azabache enmarcaban su belleza sin par, su adolescencia altiva, su figura de mujer y su luminosa alegría. Con ella, siempre a su lado, un gato blanco como la nieve, con ojos intensamente azules, dócil y amable, su compañía por siempre.

Melibea, sacerdotisa de la soledad, vio pasar los años y con ellos, su belleza fue acumulando hojas de calendario. Su cabello descubrió las canas y sus ojos se hicieron cada vez más claros. A su vez, el gato, siempre a su lado, fue tiñendo su pelaje con extraños visos de negro profundo y sus ojos se oscurecían como la noche.

Una mañana de abril, fría, lluviosa, Melibea exhaló su último aliento y se derrumbó sobre un lecho de hierba fresca. Su cabello era blanco como la nieve y sus ojos sin vida, dejaban ver un azul intenso que evocaba el agua de mar. Siempre a su lado, el gato, ahora negro como las tinieblas, con ojos de azabache, maulló su dolor junto a su cuerpo inerme.

Esa noche, un rayo de luna se posó en la humanidad rígida de Melibea e hizo visible la palidez de su rostro. El gato, siempre a su lado, al notar que su espíritu ascendía por aquel hilo de plata, se tornó en una grácil mariposa negra. Desplegó sus enormes alas y voló errática en dirección del firmamento. Al alcanzarlo, se posó sobre cientos de luceros que al percibir aquella sombra que los cubría, cesaron su destello.

Si miras con cuidado a la bóveda celeste y tienes suerte, en alguna noche de abril, verás cómo una multitud de luceros rodea la silueta inmóvil de una hermosa mariposa negra.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Un honor que te guste! Mil gracias por tu generoso comentario y tu maravillosa visita.

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