Los violinistas cedieron a la ilusión y cambiaron los arcos por rosas sin espinas y las cuerdas por delgados hilos de manantial. En el concierto nocturno, a la par de un majestuoso piano, interpretaron "Claro de Luna". Ella, conmovida, inscribió sus nombres en sendas banderas inmóviles que, alguna vez unos visitantes descuidados, dejaron olvidadas sobre su faz.
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