jueves, 20 de diciembre de 2012

Nociones de Ornitología

Compuse una canción con las notas que el arco iris olvidó. Un pájaro las robó y, desde entonces, ofrece recitales multicolor en cada ventana de tu edificio.

Sueño, sueño, sueño y, de repente, las avecitas posadas sobre las eñes me despiertan con su batir rítmico de alas, en una desbandada frenética.

El ave salió por la ventana al amanecer, en procura de hallarte. Sabía que el peor lugar para cantar era junto a mí, si tú no estabas.

Una lluvia de hojas de rocío fue su herencia al morir. Presurosas, las aves las bebieron: el gigante cedro aprendió a volar.

Esparció las cenizas de su esposo entre las ruinas. Esa madrugada, un voraz incendio consumió la antigua morada del Ave Fénix.

Con trinos luminosos de pájaros y destellos músicales de luciérnagas, el loco besó, con pasión, la tumba donde yacía su amada.

Los pájaros de agua, al alba, escriben páginas sonoras con cántaros sublimes.

Los cuervos adultos son tuertos.

Antes de impartir justicia, el juez supremo debe criar cuervos.

Los musulmanes deben ir a La Meca, al menos, un ave zen subida.

En un árbol que alguien sembró al revés, enterrando sus ramas y dejando al descubierto sus raíces, las cigarras maduran en las hojas y los pájaros bordan nidos con sus tejidos sedientos. Aguardan la florescencia subterránea de abril.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Derecho penal

Si me das rebaja de penas, confieso que fui yo el del guiño en la oscuridad, quien te colgó mil suspiros de tus pendientes cuando salías de la U. con tu hermana y sí, soy el mismo que te besó, en medio del torrencial aguacero del viernes, con aquella gota de lluvia que te supo a anís.

Claro de Luna

Los violinistas cedieron a la ilusión y cambiaron los arcos por rosas sin espinas y las cuerdas por delgados hilos de manantial. En el concierto nocturno, a la par de un majestuoso piano, interpretaron "Claro de Luna". Ella, conmovida, inscribió sus nombres en sendas banderas inmóviles que, alguna vez unos visitantes descuidados, dejaron olvidadas sobre su faz.

El Nombre

Esa tarde llegó en su carro, nada llamativo por cierto, hasta el semáforo de siempre. – rutina feliz de cada viernes a las cuatro y diez –, decía para sí. Rutina o necesidad? Lo cierto es que, cumplidamente, asistía a esta “cita”, desde hace dos meses. – dos meses ya… Cómo pasa el tiempo! – reflexionó. En efecto, era lo transcurrido desde la primera vez que la vio: una tarde como cualquiera, pero encontrarla, hizo la diferencia en ese 16 de marzo, caluroso, seco, polvoriento. Estacionó el vehículo, como de costumbre y descendió sin ocultar la ansiedad del momento. Allí estaba ella, esperándolo, sin demostrarlo, sin comunicarlo, sin hacerlo evidente. Al advertir su llegada, vistió su rostro con una sonrisa espontánea, sincera, feliz. Apuró la marcha, llevando una carga preciosa en sus manos, en procura de su encuentro. Se detuvieron, uno frente al otro. Él, alto, maduro, intelectual, con su cabello largo y desordenado, sus ojos detrás de unos gruesos lentes, vestido con un saco gris, sin gracia aparente y una camisa amplia, blanca, plana. Ella, delgada, con un vestido sencillo, muy usado, su cabello castaño recogido, hermosos ojos verdes que enmarcaban un rostro juvenil, pero con sombras de tristeza, de soledad, de abandono, de privaciones. Le entregó el puñado de rosas blancas que había escogido, muy temprano y que había preparado, muy temprano, con dedicación, mucha agua y unos besos furtivos que se posaron e hicieron invisibles al tocar la delicadeza de esos pétalos. Sonrió complacido, nervioso. Los recibió y sintió el roce suave de sus dedos ajados, maltratados. A su vez, le entregó un puñado de billetes, ajados, maltratados y ella sintió el roce de sus dedos suaves, cuidados. – gracias – dijo él. La vendedora de rosas no respondió: simplemente buscó sus ojos con los suyos y una mirada ávida de afecto, de dulzura, de atención. Él, rehusó la invitación y tímidamente, prefirió posar su mirada en los besos invisibles que adornaban los pétalos blancos sostenidos con sus manos temblorosas. – lléveme con Ud., por favor – Dijo ella, de repente. – quiero conocer su mundo, ser parte de su vida, que Ud. sea mi vida – Imploró. Él, confundido, sin saber qué palabra articular, sintiendo que su corazón latía como un tambor, con una expresión de infinita sorpresa en su rostro intelectual, preguntó: – pero cómo? Cómo me dices eso, si ni siquiera sabes mi nombre? Ella sonrió con ternura y luego de un corto suspiro respondió: – Si, yo sí sé su nombre: Ud. se llama Amor –

La Última LLamada

La llamada duró sólo un minuto. Al finalizar, siendo las 5:30 PM de ese miércoles lluvioso, gris, húmedo, frío, ella supo que era él, el amor de su vida; su sueño hecho realidad. Llevó el pequeño celular hasta su boca y depositó un beso tierno, dulce, mientras sus ojos se cerraron negándose a ver los colores de arco iris que enmarcaban ese suspiro que liberaba su alma de tanto amor; que anhelaba recibir la siguiente llamada.
Esa noche, con su cabello rubio reposando en la almohada, sonrió mientras contemplaba el cielo raso de su habitación. Recordó todas y cada una de las palabras que escuchó en esa llamada y su corazón palpitó con fuerza y vigor al remembrar la belleza que reflejaban. Duró sólo un minuto, pero su contenido invitaba a toda una vida. Sin darse cuenta, se sumió en un sueño profundo.
Era casi medianoche, cuando el timbre del teléfono la despertó con brusquedad. Lo atendió confundida, desorientada, somnolienta. Descubrió una voz que no conocía. La llamada duró sólo un minuto. Le anunciaba que él había muerto ahogado en un absurdo accidente. La hora de su deceso, confirmada por el médico forense, había sido las 5:29 PM de ese miércoles lluvioso, gris, húmedo, frío. Ella supo que había sido él, el amor de su vida; su sueño que no se hizo realidad. Ella supo que cada palabra que escuchó era sinónimo de verdad y que era ése el precio por hablar con su alma. Ella supo que había sido su última llamada.

31 de mayo

Sabías que el poema más hermoso se escribe cada vez que, extasiado, te contemplo en silencio?

Melibea y el gato

Su tez blanca, su cabello profundamente negro y sus ojos de azabache enmarcaban su belleza sin par, su adolescencia altiva, su figura de mujer y su luminosa alegría. Con ella, siempre a su lado, un gato blanco como la nieve, con ojos intensamente azules, dócil y amable, su compañía por siempre.

Melibea, sacerdotisa de la soledad, vio pasar los años y con ellos, su belleza fue acumulando hojas de calendario. Su cabello descubrió las canas y sus ojos se hicieron cada vez más claros. A su vez, el gato, siempre a su lado, fue tiñendo su pelaje con extraños visos de negro profundo y sus ojos se oscurecían como la noche.

Una mañana de abril, fría, lluviosa, Melibea exhaló su último aliento y se derrumbó sobre un lecho de hierba fresca. Su cabello era blanco como la nieve y sus ojos sin vida, dejaban ver un azul intenso que evocaba el agua de mar. Siempre a su lado, el gato, ahora negro como las tinieblas, con ojos de azabache, maulló su dolor junto a su cuerpo inerme.

Esa noche, un rayo de luna se posó en la humanidad rígida de Melibea e hizo visible la palidez de su rostro. El gato, siempre a su lado, al notar que su espíritu ascendía por aquel hilo de plata, se tornó en una grácil mariposa negra. Desplegó sus enormes alas y voló errática en dirección del firmamento. Al alcanzarlo, se posó sobre cientos de luceros que al percibir aquella sombra que los cubría, cesaron su destello.

Si miras con cuidado a la bóveda celeste y tienes suerte, en alguna noche de abril, verás cómo una multitud de luceros rodea la silueta inmóvil de una hermosa mariposa negra.

El ángel

Cuando encuentro a alguien en necesidad y una voz, más allá del entendimiento, me empuja a involucrarme y a compartir con ese ser con el que quizá nunca más vuelva a coincidir en el mismo espacio y tiempo, lo poco o lo mucho, material o inmaterial que me acompañe, siento que merezco estas alas que indefectiblemente, quedan emparamadas cada vez que tomo una ducha que me aisla de la realidad y del aire que me sustenta.

26 de octubre

Si encuentras una sola nube en este cielo azul, limpio y puro -me dijo- te daré un diamante cristalino, inmaculado, en forma de lucero.

Si encuentras un astro fugaz con más belleza y brillo que el que mi amada plantó con ternura en mi alma -le respondíi- prometo que cada mañana, pintaré para ti, nubes sedosas, como motas de algodón, en el pedacito de cielo que elijas.

Deslumbrado, el espíritu del alba continúa buscando, desde entonces, en cada rincón del universo.

14 de enero

Mientras la luna se resiste a perderse en una noche ausente, aferrándose a un firmamento intensamente celeste, el sol con su hálito tibio asoma su faz dorada sobre las montañas. El canela de tu piel, el almíbar de tu vida amada y tus ojos serenos dejan una huella imborrable y matutina en mi mañana, mi tarde, mi noche, mi día, mi vida.