martes, 21 de junio de 2022

El joven Nabokov

Con solo quince años, Lolita era la viva presencia de un lucero. Su tez blanca y sus rizos rubios parecían absorber la lozanía matinal.

Fue imposible, a mis trece años, no detener mi respiración para evitar que interfiriera con toda la belleza que en ella confluía, oculto tras el velo de la ventana de mi alcoba.

No sé si mi forma de temblar me delató o si ella percibió, en el reflejo de su espejo, que alguien se asomaba a su privacidad desde la planta superior de la casa vecina. Se dio vuelta, apartándose del pequeño mueble tocador y fijó sus ojos azules a través del gran ventanal que la resguardaba, en dirección a la de los del usurpador de su espacio. El pudor me invadió y bajé la mirada, solo para encontrarme con la desnudez de unos pechos que ya anunciaban florecer.

© Dagmara Dombrovska



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