Como cada
mañana, Jean-Louis se viste con ropa deportiva para iniciar su rutina de
entrenamiento. El olor a tierra mojada, embalsamado en la brisa marina que se
cuela por la ventana de su habitación, le evoca esas épocas gloriosas en las
que sus logros fueron conocidos más allá del Atlántico. La disciplina, la guía
de sus entrenadores y el apoyo de sus padres le habrían de otorgar los réditos
a los que todo atleta de alto rendimiento aspira.
Inolvidable,
aquella noche de verano en la lejana Moscú donde pulverizó el récord mundial
para una vuelta completa a la pista sintética del estadio nacional. Las
exclamaciones del público, al verlo arribar en primer lugar, solo eran
comparables con el rugir del paso de un huracán por su terruño.